En uno de los muchos periódicos digitales que tenemos a nuestra disposición encontré una pequeña noticia que llamó mi atención: Las películas 3D cuestan un 40% más. Lo cierto es que ya había notado que las entradas para el cine en 3D son más caras (hecho que se agudiza en la Coruña, provincia en la que vivo y tercera en el precio de las entradas, solo superada por Barcelona y Albacete), y nunca le he dado mucha importancia, pero los datos asustan. Han sido muchas las quejas de usuarios que denuncian la excesiva diferencia entre el precio de una entrada convencional y el precio de una entrada para ver una película en 3D y, ante esto, las salas de cine han comenzado a reducir esta diferencia: ahora las entradas convencionales cuestan un 7% más.
Es importante mencionar el trabajo de la FACUA, ONG que ha dado a conocer estos datos, obtenidos a través de un estudio realizado en salas de cine de toda la península, y que ha denunciado la situación. No obstante, y a pesar de las quejas y las denuncias, es muy difícil que las salas de cine bajen el precio de las entradas, y más aún si se tiene en cuenta que están obteniendo unos beneficios muy superiores a los que tenían antes de la aparición del cine en 3D. Al fin y al cabo, si quieres ir al cine tienes que pagar lo que ellos digan, sí o sí, aunque se trate de una estafa.
La FACUA ha denunciado también, a partir de este estudio, que en muchas salas se prohíbe la entrada con comida o bebida adquirida en el exterior del recinto, de manera que si quieres comer palomitas tendrás que comprarlas en el interior, donde tienen un precio hasta cinco veces superior. Esta práctica es totalmente ilegal, pero yo la recuerdo desde siempre, al menos en los cines de mi ciudad.
Como conclusión puedo decir que, viendo la situación económica en la que nos encontramos, el cine se está convirtiendo cada vez más en lo que más tememos los amantes del mismo: un lujo que no todo el mundo se puede permitir.
